Gordo de Navidad: dícese del premio que recibe gran parte de los dirigentes políticos con cargos electivos o estatales, sin diferencia de colores partidarios, por el solo hecho de ser parte del statu quo de esta porción privilegiada de la sociedad. Antiguamente, se utilizaba la frase para hablar del premio del sorteo anual de la lotería.

En la víspera de la conmemoración del natalicio de Jesucristo podría decirse que la dirigencia tucumana está todo el año de fiesta. No hace falta que haya sucesos extraordinarios para que reciban gastos reservados millonarios, sueldos o extras importantes por el simple motivo de que son parte de una maquinaria estatal que, lejos de privilegiar su condición de servidores públicos, se convirtió en una industria de la que oficialistas y opositores actúan como aceitados engranajes burocráticos.

La democracia no abrirá regalos esta noche. Más bien será como esos niños pobres que en las películas lacrimógenas de esta época aparecen desamparados y sin nada que festejar en las nevadas noches estadounidenses.

El cercano fin de año convoca a inevitables balances. En lo político, 2014 se despide con el halo de que 2015 marcará un fin de ciclo en Tucumán y en Argentina, con la imposibilidad de que José Alperovich y Cristina Fernández sean reelectos. Pero, ¿qué es fin de ciclo? Seguramente no habrá un Kirchner o un Alperovich en la cabeza de los Ejecutivos. En eso sí habrá un final. En el resto, sin importar quién grite campeón en los comicios del año próximo, las prácticas continuarán siendo las mismas.

“No confíes en tus amigos, menos en tus aliados”, le dice el divertido, loco y peligroso Floki a Ragnar Lothbrok, la gran leyenda de los vikingos -los ancestros de los que hoy son los habitantes de los países nórdicos- en los primeros capítulos de la segunda temporada de la exitosa tira de la MGM. Ragnar, a esta altura del relato televisivo, ya es un personaje conocido y temido en la región. Navegó hasta Britania, invadió otras naciones y derrocó al conde de Categat, el poblado en el que vive. Camina a ser rey de los vikingos y, en esa etapa, es que Floki le lanza la advertencia de que sea más desconfiado. Por ello, monta un gran teatro para que el rey Horik crea que Floki y hasta Rollo, el hermano de Ragnar, están dispuestos a traicionarlo y a matarlo a él y a toda su descendencia. La jugada sale perfecta para el sanguinario vikingo, que en la última escena de la segunda temporada aparece con la espada de monarca entre sus manos.

Alperovich sería una especie de Ragnar, que invadió terrenos desconocidos (de la UCR se mudó al PJ) y se volvió leyenda porque reformó la Constitución, porque gobernó durante más años que cualquier otro mandatario en la historia de la Provincia y porque se adueñó de cada institución del Estado. Ahora está pensativo, empuñando el arma del rey, tallando su sucesión. Lo que le falta es un Floki y varios aliados dispuestos a no traicionarlo. Algunos de los alperovichistas más leales desconfían de Juan Manzur, mientras que los peronistas más viejos -hoy devenidos en sijosesistas- miran de reojo a Osvaldo Jaldo. El reducido grupo de alperovichistas “en serio” no confía en nadie. Saben que José dejará bloqueados varios caminos para impedir que intenten -políticamente hablando- matarlo, pero temen que una vez en el poder, los que lleguen luego de Alperovich terminen enterrando al rey. Ellos son los que lanzan el operativo “Betty” y los que alientan al José que promete dinero para obras a diestra y siniestra para que integre el binomio gobernante.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el “gordo de Navidad”? Que ese premio extraordinario que reciben desde hace tiempo oficialistas y gran parte de los presuntos opositores es el que todavía le garantiza poder a Alperovich. Las típicas hachas de los vikingos, con las que conquistaron tierras y riquezas, son los billetes del gobernador. Así disciplinó a peronistas, bussistas, radicales e independientes que terminaron peleando en sus tropas. Porque no hay político -quizás lo haya- que logre rechazar ese suculento regalo que para la “clase dirigente” es ordinario y merecido. No algo extraordinario y ofensivo en una sociedad donde los privilegios son para los que menos los necesitan.